viernes, 20 de febrero de 2015

Factores Psicológicos de la Marginación Social



      Diego Luna González, Lic. en Psicología y en CC. de la Educación, Dip. en Psicología Clínica. (En Documentación Social, Revista de Desarrollo Social, publicación trimestral de la Fundación FOESSA, tercera época, nº 10, abril-junio, pp. 7-19, 1973, Madrid.)


      El Marginado Social:
      
    Un ser humano de distintos estratos o categorías sociales y culturales que, por la influencia de una   serie de factores (familiares, educacionales, ambientales, económicos, profesionales, de edad, patológicos...) incidentes, en parte o conjuntamente, en su índole y circunstancias personales, vive, con tendencia habitual considerable, fuera de las estructuras sociales más elementales e imprescindibles, con algún modo sustancial de efectos negativos para su realización personal y la de su entorno.

    Lo mejor que puede ocurrir a las ciencias e instituciones que se ocupan del hombre es transcenderse a sí mismas en servicio de la realidad. Lo peor, encerrarse en cómodos apriorismos que marcan trayectorias teorizantes y rectilíneas, más o menos unilaterales y excluyentes, y caer en la fácil tentación de erigir sus parcelas en conclusiones dogmáticas, inamovibles y universales. Razonablemente observa el doctor Pinillos que "en el caso de objetos tan multivariados como el hombre, la comprensión real de lo que ocurre - el subrayado es nuestro - no puede venir nunca por la vía  de una sola ciencia, sino por la integración de datos que proceden de disciplinas distintas"(1).

    Si las limitaciones  científicas y los condicionamientos históricos son inevitables, la conciencia de los mismos debería avisar a los hombres públicos, y a los  profesionales de lo humano, para curarse en salud en evitación de cualquier alianza a favor de los "ismos"que, como monstruosos apéndices cancerosos,  siempre se producen  y crecen a costa de supeditaciones  desintegradoras y sufridas de individuos y sociedades.

   1. PERSPECTIVA PSICOSOCIAL

    a) Sociedad y "anormalidad"
        
   La Marginalidad Social es barro de muchas polvaredas y que, por tanto, también curándome en salud, es difícil dragar desde exclusivas medidas y enfoques psicológicos o médico-psiquiátricos. Tal vez se intente así por equivocación o, lo que fuera aún peor, por actitudes evasivas.  La experiencia de mi ejercicio profesional me convence del claro y considerable ingrediente psicopatológico que afecta a muchas situaciones marginales en las que conjuntamente, sin embargo, hay que reconocer la implicación de radicales y agravamientos de índole social; acaso, paradójicamente, los mismos medios destinados a la procuración de la salud e higiene  mentales, devengan también abusados y tengan que pagar su cuota de contribución provocativa en la compleja red causal del fenómeno marginal. Probablemente sea así si sucede que los criterios del "utilitarismo social" se interfieren condicionando negativamente la selección, eficacia y aplicación de las diversas técnicas preventivas, terapéuticas y asistenciales: los métodos evasivos, las fáciles y cómodas medidas de discriminación, diagnóstico y tratamiento impedirían entonces la consideración más íntimamente comprensiva, analítica, profunda y evolutiva de las enfermedades y de las desviaciones humanas (2).


  Ocurre que, apenas intentamos reflexionar responsablemente sobre el hecho de la Marginalidad Social, comienza nuestra óptica psicológica a insinuarnos las dudas e interferencias de su complejidad fenomenológica y etiológica. En el mismo umbral del problema tropezamos con la ya antigua cuestión de las pautas psicosociales que integran la definición de "la conducta anormal". La observación de Franz Alexander sobre  la interpretación  esquizofrénico-catatónica del estado de autoabsorción en los místicos budistas es un ejemplo, exagerado por supuesto, de la consabida relativización del concepto de "normalidad" según los patrones establecidos por una determinada sociedad y cultura (3); pero, sin llegar a esos extremos, son ya antiguas las consideraciones sobre "las modas de la anormalidad" y parece indudable la cualidad social de muchas "anormalidades" en cuanto constitutivas de situaciones sociales entrañadas en determinadas estructuras sociales. También hace ya tiempo que López Ibor (padre), en título tan significativo como "Estilos de vivir y modos de enfermar", aludía al "reflejo histórico de las enfermedades", "a la fuerza histórica de los estados de ánimo", a la "plasticidad histórica de los instintos"  o a la "angustia del hombre actual", invadido por temores vagos y difusos a todo y a nada (4). Digamos de paso que esta angustia existencial no es cualidad agónica exclusiva de ciertas crisis  existenciales "cultas", porque hemos tenido ocasiones de recibirla en consulta, tan modesta y vivamente personalizada, en el talante mental y expresivo de muchos marginados sociales.

   Es el carácter social de la anormalidad el que, precisamente, define de hecho las distintas formas o comportamientos marginales:
   -Asocial, sería la conducta caracterizada por una desvinculación sustancial de la estructura social,  normal e imprescindible, producida por grados más o menos acusados y evidentes de precariedad o anormalidad fisiológica, psíquica o psicofísica. Sería el caso de la oligofrenia profunda con grave trastorno motórico, por ejemplo.
  -Antisocial, o conducta vinculada a la estructura social de forma diversamente "agresiva" y de voluntariedad discutible, condicionada por la naturaleza concreta de los distintos casos. Tales los modos de comportamiento de índole criminal y delictiva.
  -Disocial, o formas anormales de comportamiento vinculadas a la estructura social con actos que revisten formas de "agresividad" más o menos indirecta e implícita, en cuanto que no va significada por la naturaleza misma de las actitudes o acciones, sino por sus efectos conjuntos de descomposición, disolución y / o disociación. Serían, por ejemplo, los casos de alcoholismo y otras drogadicciones o los de prostitución, etc...

   Cuando hago esta clasificación obligado por la exigencia de alguna forma inicial de discernimiento, no se me ocultan otros cuestionamientos y sutiles precisiones que, tanto desde el punto de vista sociológico como psicológico o neurológico, podrían aducirse razonablemente acerca de sus respectivas titulaciones y contenidos; simplemente que, para poder andar y sin la menor intención de ponderaciones éticas o axiológicas, he partido de una determinada orientación clasificatoria.

    b) Motivaciones sociales

   Ya Karen Horney, en"La personalidad neurótica de nuestro tiempo"(1937), señalaba tres capítulos de contradicciones entre demandas y valores de la época:
   -Contradicción entre el convencimiento teórico de libertad y sus exigencias y la penosa y frustrante constatación de las limitaciones reales de la misma.
  -Contradicción entre la lucha competitiva por el éxito y los principios supremos de la hermandad humana.
   -Contradicción, finalmente, entre la estimulación y saneamiento de necesidades y el desasosiego  o la frustración producidos por la necesidad de satisfacerlas.
        
   Parece indudable que dichas tensiones contradictorias ponen a prueba la capacidad de equilibrio de los individuos y llegan a traducirse, frecuentemente, en perturbaciones significativas de ruptura o disarmonía psíquicas que, a veces, son consecuencia directa de dichas tensiones y, otras, de nuevos hábitos de compensación y evasión con que cada sujeto va defendiendo los límites de sus capacidades   de tolerancia a la frustración o a la inestabilidad y el vacío. Y es así como, en una segunda ronda, vuelve a ser la misma sociedad la animadora e impulsora de estas segundas situaciones: con un perfecto conocimiento del proceso de exigencias humanas y de sus técnicas de  condicionamiento, la sociedad se esmera en la presentación de nuevos recursos sedantes y evasivos, como aliviaderos artificiales de anteriores descompensaciones.

   Pero si el tributo psicasténico o neurótico, en nuestra sociedad actual, lo pagan a menudo muchas personas influyentes, o menos mal "integradas" y acomodadas, en nombre de las relaciones y desempeños públicos de distinta índole, o de su eficacia y rendimiento laborales, también podemos testimoniar de los estados de confusión y desconcierto, de fatiga y agotamiento psíquicos de muchos más, en nombre de la soledad, la incomprensión, el paro y la precariedad, el alcohol y otras tendencias  compensatorias, o del vagabundeo como ansiosa y aturdida expresión simbólica de su profunda inseguridad y pérdida vitales.


    Sin atribuir a la sociedad la causa exclusiva y generalizada de la etiología marginal y/o patológica, las influencias y condicionamientos sociales parecen innegables y, en muchos casos, radicales o decisivos.Y se comprende, por lo demás, que haya de ser así en consecuencia a la naturaleza social del ser humano. Es lamentable que esta tendencia natural de apertura del hombre hacia el mundo, como receptor responsable de atender y modular sus disponibilidades plásticas, cambie su sentido positivo y ético contrariando esa misma tendencia receptiva de plenitud y acabamiento. No de todo hombre, por supuesto: "La originalidad irreductible de la libertad y de la conciencia individuales" quedan siempre en pie, como características inconfundibles de la humanidad, que se contrastan mayormente en las "tensiones bipolares", que son precisamente las que constituyen "la tónica dialéctica de la colaboración social"(5). Ocurre que las variables de la pobreza integral, cultural y material, de la desprotección y la debilidad radicales, se interfieren dificultando sustancialmente las posibilidades humanas de tantos seres marginados. Como tales, están impedidos, no ya solo del derecho elemental de participar en el juego de su propia realización mediante el sentido perfectivo de sus "tensiones bipolares"dinamizadas en la "dialéctica de la colaboración social"sino, en muchísimos casos, carentes incluso de la más elemental pre-disposición: la de la conciencia de sus valores y derechos como vector impulsivo, primordial e imprescindible, hacia la reparación y el asentamiento de su propia dignidad y excelencia ciudadanas.

  Tengamos en cuenta que, tras las connotaciones materiales de las situaciones marginales -cuya apremiante necesidad de urgencia nos obliga, en principio, a concentrar todos los esfuerzos de nuestra capacidad de respuesta- también existen otras concausas formales, más o menos encubiertas y sinuosas, que afectan sobre todo a las estructuras más sutiles, racionales y sensibles de los seres humanos. Digamos, pues, que se requiere un circunloquio más detenido y perspicaz con sobre los acontecimientos vitales que, a niveles no tan manifiestos, subyacen  dotando de sentido la peculiaridad fenomenológica de las distintas experiencias marginales; un trabajo, en fin, que podría aportarnos, conjuntamente, una radiografía social con las conclusiones terapéuticas más conducentes, tanto para la identificación de las deficiencias correspondientes a determinadas estructuras sociales, como para la selección de los tratamientos más específicos y operativos de los distintos conflictos individuales.

   Nos sentimos obligados a admitir, por desgracia, que si bien muchos individuos "anormales" en una determinada estructura social quizá no lo fueran en otra, otros serían anormales en la mayoría de las situaciones. También advertimos al respecto que las denominadas "sociedades de orden" suelen segregar atmósferas de frecuentes desencuentros conflictivos, con porcentajes de marginación considerablemente mayores que los de las "sociedades de equilibrio dinámico", cuyas actitudes comprensivas y dialógicas modulan con más flexibilidad los niveles de tolerancia de sus capacidades de afrontamiento, en beneficio de las mejores posibilidades integradoras: instituir normas nuevas en situaciones nuevas es un requisito de la salud que demanda un margen de adaptación a las inconstancias del medio.

   Por lo que afecta a la prevención y tratamiento terapéutico de la marginación, queremos subrayar nuestro convencimiento de que no se clausura eficazmente la cuestión con la simple detectación de los síntomas de un cuadro esquizofrénico y el diagnóstico inequívoco del mismo, por poner como ejemplo el caso de una patología grave: sucede que, incluso los trastornos neuróticos y los, tradicionalmente, denominados "psicóticos"(?), u otras afecciones orgánicas,  elaboran y proyectan sus contenidos mediante los influjos expresivos de sus respectivos "entornos socioculturales"(6): un marginado social, enfermo esquizofrénico, deteriorado y sucio, entra en actitud solemne y alienada en una cafetería, solicita un desayuno, paga, agradece ceremoniosamente el servicio, se lo lleva a una mesa apartada, saca unos folios de su vieja cartera, tres lapiceros, un paquete de tabaco y, alternando el uso de lápices, papeles y pitillos, entre musitaciones y amaneramientos, escribe y escribe con gestos ampulosos y abstraidos...; ¿pero qué sentido cultural y social tiene su comportamiento, en qué estratos de apetencias y profundas frustraciones se sustentan sus extrañas actitudes y empeños de identificación  imaginaria con cualquier escritor famoso...? Ciertamente el ser humano mantiene su comportamiento (peculiar, complejo y trascendente) hasta en sus circunstancias más ínfimas y alienadas, que tal vez sean las que propician las expresiones más auténticas, elocuentes y significativas tanto de sus más legítimas posibilidades como de sus más anormales carencias. Y quizá sean estas disparatadas elocuencias las que provoquen la radicalización racionalizadora de las actitudes defensivas en los entornos de los distintos colectivos, sociales e institucionales, con sus más fáciles y evasivas soluciones, dicotómicamente discriminativas, sin otras, previas o ulteriores, ponderaciones.

   c) Salud mental y diferencia de clases

   Acerca de los componentes patológicos de muchas situaciones marginales, acaso pudiera decirse lo que de muchas poblaciones negras en la sociedad americana: pueden ser un problema social, no tanto por el color de su piel cuanto por su gran porcentaje de pertenencia a las clases ínfimas, si bien, como también sabemos, la estrecha correlación entre ambas circunstancias haya provocado la perversa dinámica conflictiva del "círculo vicioso". Pues bien: si algunos estudios serios parecen haber concluido unas correlaciones de significación altamente positiva  entre niveles sociales y afecciones mentales, tanto en la frecuencia como en la gravedad de sus respectivas patologías, será debido a que la precariedad de recursos socioeconómicos afecta también a la integridad del bienestar psíquico.

   Los datos confirmativos los transcribimos de la investigación en New Haven (Connecticut), recogidos por Hollingshead y Redlich en 1958. Se incluyeron en el trabajo todas las personas que recibieron algún tratamiento psiquiátrico en New Haven desde el treinta de mayo hasta el uno de diciembre de 1950, tratadas en clínicas o instituciones públicas o privadas y en las consultas de los médicos, considerando también la diferencia de los componentes, más o menos radicales y graves, detectados en los comportamientos "psicóticos", y los variados padecimientos o afecciones vivenciales, de características más funcionales y menos impeditivas, propias del carácter neurótico. Pues bien: los resultados de estas diferencias se evidenciaron en esta investigación y en dependencia también, naturalmente, de las diferencias, cualitativas y cuantitativas, de los distintos tratamientos recibidos: mientras la mayor parte de los pacientes de las clases superiores  pudieron recibir tratamientos más específicamente cualificados, la precaria condición social de los niveles de más baja o ínfima condición, no les permitió acceder más que a los cuidados, más imprescindibles  y transitorios o circunstanciales, de alguna hospitalización o terapia orgánica. Resultó, en fin, que si en los niveles inferiores o ínfimos solo fue diagnosticado de neurótico un 10%  de los pacientes y el 90% restante como "psicóticos", en los pacientes de niveles superiores solo una tercera parte fue designada como "psicótica" y el resto como neurótica (7).

    2. ALGUNOS ASPECTOS CONCRETOS

    Pero, aparte las consideraciones derivadas de mi experiencia actual, me serían difíciles  y arriesgadas mayores precisiones y/o conclusiones sobre la marginalidad social de nuestro país. Ello prerrequiere, además, como parece se intenta hacer, la sustitución progresiva de una mentalidad teórico-asistencial, de soluciones triviales y aplicaciones tópicas, por otros posicionamientos, más estudiosa y sólidamente fundamentados, que posibiliten una comprensión etiológica de la problemática marginal desde la conjunción comprometida de las distintas aportaciones institucionales e interdisciplinarias.  De aquí que cuanto, por ahora, intento aportar no es más que mero trasunto de mi experiencia como psicólogo clínico, cuyas detenidas observaciones en la relación directa con un número que, aunque considerable y diverso, de situaciones marginales, solo me permite atisbar la magnitud de un problema, de implicaciones socio-estructurales y evolución proteiforme, que requiere el seguimiento progresivo de elaboraciones sistémicas de mayor alcance.

   a) El disfraz marginal
               
   Las motivaciones de apariencia más visible y justificada con que muchos marginales acudían al Centro Asistencial, solían referirse a la falta de trabajo o a la solución de ciertas coyunturas materiales. Muy frecuentemente, sin embargo, tras las imprescindibles referencias a situaciones de primera instancia, las entrevistas individuales con los respectivos interesados, ya más confidencial y receptivamente espaciosas, permitían el desahogo emocional de otras vicisitudes y condicionamientos, más o menos vitales, que dotaban de comprensión y sentido "históricos" a los peculiares procesos de sus trayectorias individuales perjudicadas por deficiencias y alteraciones de distinta índole: educativas y culturales, familiares y afectivas, laborales, delictivas y / o adictivas, patológicas, etc..., sin que fuese fácil, en buena parte de los casos, aislar cualquiera de estas circunstancias como responsable exclusiva de las respectivas situaciones marginales. También connotamos que no eran pocas las personas cuyos estados marginales devenían resentidos tras su larga experiencia rotatoria por diversos "centros" e "instituciones", ya fueran caritativos y asistenciales, de tratamientos médicos y psiquiátricos o de carácter correctivo y penitenciario. Así mismo, los efectos negativos del hospitalismo también se decantaban en las actitudes y comportamientos de niños y adultos, con sus reconocidas manifestaciones de pasividad y dependencia: no olvidemos que tan perjudicial puede resultar, aunque con distinta influencia cualitativa, la institución hiperprotectora como la caracterizada por el talante desconsiderado, indiferente o crudo de sus carencias materiales y humanas.

1 comentario:

  1. Magnífica pluma; gran capacidad analítica. Un ejemplo para todos. Dejó gran huella en mí.

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