sábado, 21 de febrero de 2015

Retazos Psicobiográficos


    "La mente del hombre está enmarcada igual que el aliento / y la armonía de la música: existe una oscura / e invisible labor que reconcilia / elementos discordantes, / y los hace moverse / en una sociedad".  (William Wordsworth, Preludio.)

       Nací en Corteconcepción (Huelva) donde, el cuatro de abril de 1941, falleció nuestro padre a sus treinta y nueve años, de muerte natural: una "bronconeumonía" de las de entonces. A los siete años ya era yo  el hijo mayor de tres hermanos en una familia huérfana cuya madre, guardada por el recuerdo de "un hombre en el mejor sentido de la palabra, bueno", retornaba enlutada al antiguo refugio de sus orígenes salmantinos, en Fuenteliante. Pero arreglos urgentes de alivios familiares decidieron mi residencia en Baeza (Jaén) donde, durante casi tres años, fui el "niño bien" de unos parientes cuya cultura de época les permitía vivir de forma aceptable y acomodada: el "tito"Ángel, hermano de mi madre, y la "tita" Carmen, su esposa sevillana. En Baeza recibí las primeras clases de dibujo lineal, en la Escuela de Artes y Oficios, y mis primeros conocimientos de solfeo a cargo de un joven profesor de la Banda Municipal de la ciudad en la que, de sus dos salas de cine, la del "Teatro Liceo", vi películas de la producción Cifesa, entre otras, como las de ¡A mí La Legión!, La Hermana San Sulpicio Los Tambores de Fu Manchú, y donde atesoré muchas Revistas de El Ruedo junto a las series de tebeos de Flechas y Pelayos, Roberto Alcázar y Pedrín y El Guerrero del Antifaz. Pero mis tíos me obligaban además, en la sobremesa de cada noche, a leerles capítulos de El Quijote y me ocupaban a diario con largos ejercicios de caligrafía y dictado, porque también asistía a las clases del Instituto en que aprobé aquel "curso de ingreso"cuyo examen no toleraba más de tres faltas de ortografía. Hacía ya mucho tiempo que el Instituto de Baeza se alojaba en el magnífico edificio renacentista, con indicios barrocos, de la segunda mitad del XVI, (desde cuando, antes de ser suprimido como Universidad, en 1.824, Baeza era orgullosamente reconocida como "la Salamanca andaluza"), del que fuera profesor de francés D. Antonio Machado durante los siete largos años (1.912 - 19) de su melancólica estancia en "De la ciudad moruna / tras las murallas viejas, /...", y de la que también preconizara el poeta la ambivalencia de su indignada añoranza: "...¡Campos de Baeza, / soñaré contigo / cuando no te vea!".

    Tampoco yo me olvidaría de Baeza porque en ella despedí los últimos tres años de toda mi infancia andaluza ya que, al fin, la decisión sacrificada y valiente de nuestra madre, con su fervor por tenernos   cerca ("yo trabajo y vosotros estudiáis", -nos decía ella-), resolvió a mi favor el angustioso dilema del "estudias o trabajas". La incorporación a los paisajes bucólicos de nuestro hogar salmantino de Fuenteliante, facilitó la continuidad de mis inicios académicos de Baeza en el cercano colegio-internado del Seminario de Ciudad-Rodrigo: un ámbito novedoso, de confusas e intensas resonancias anímicas, y cuya acogida, muy paternal y compasiva, comprometía, aún más, los sentimientos de compunción y gratitud por todo cuanto pudiera yo merecer para creerme ya definitivamente librado de mis fundados temores al duro destino  de "las esclavitudes serviles". Porque, de allí en adelante, la administración virtuosa de las artes y destrezas en los ejercicios de la voluntad y el entendimiento (¡bellas resonancias de "la paideia" clásica!), predestinó la conformación progresiva de mi futuro en el privilegiado recinto de "las profesiones liberales"o, dicho con menos modestia, de "las artes racionales, nobles y doctas", como así gustaban los griegos de cualificar aquellos estudios, en contraste con las tareas más plebeyas del trabajo manual, tan despreciado por la civilización aristocrática.

   "En aquellas pequeñas ciudades, donde en corro / se acuclillan las viejas casas como una feria / que de pronto la ha notado a ella...(...) : / en aquellas pequeñas ciudades puedes ver / cómo habían crecido por encima de su entorno / las catedrales. Su alzarse pasaba / por encima de todo; (...) /...como si estuviera el destino, / que sin medida en ellas se amontona, / petrificado y destinado a durar, / no aquello que abajo, en las oscuras calles, / toma un nombre cualquiera del azar / (...) / Hubo nacimiento en estos cimientos / y hubo fuerza y empuje en este elevarse, / y amor por todas partes como vino y pan / y los pórticos estuvieron llenos de quejas de amor. / La vida vacilaba al tocar las horas, / y en las torres, que llenas de renuncia / de pronto dejaron de alzarse, estaba la muerte". ( Fragmentos del poema La Catedral, de Rainer Maria Rilke, en Nuevos Poemas, I; y también, del mismo autor, el de Dios en la Edad Media: ambos, vivencialmente complementarios).

 Pero, poco a poco, con el paso del tiempo entre andanzas y lecturas, fui reconociendo que Baeza y Ciudad-Rodrigo  no dejaban de ser dos ciudades de tantas, más o menos distantes y distintas aunque, eso sí, catedralicias y amuralladas: sus fastuosos anclajes históricos (que bien pudieran parecer novelescos) estaban protagonizados por las gestas memorables de ascendencias linajudas e hidalgas que, no exentas de oscuras leyendas sobre intrigantes pasiones e insidiosos enredos de ambiciones nobiliarias (violencias inocentes, amores odiosos...), aún perduran en los códices y legajos de sus respectivos archivos, en el silencio elocuente de sus blasones arquitectónicos y en los impíos descalabros de sus macizos castillos y arrogantes torreones.  Y es que

El Patio de la Antigua Universidad de Baeza
Baeza:
Antigüa Universidad
"Campos de Baeza ..."
Ciudad Rodrigo
Vistas desde "El Castillo"

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Memoria Académica y confluencias formativas

      Madrid: 1967 - 73. Cursé los estudios de Licenciaturas en Psicología y en Ciencias de la Educación en las respectivas Facultades de la Universidad Complutense de Madrid (UCM), y la Diplomatura en la especialidad de Psicología Clínica, en la Escuela de Psicología y Psicotecnia de dicha Universidad, con la calificación de Sobresaliente. Así mismo, también en la UCM, concluí los Cursos de Doctorado y leí mi trabajo de Licenciatura en Ciencias de la Educación,"La Educación como Integración de la Personalidad", examinado con los Dres. Mariano Yela, José Luis Pinillos y Romero Marín.

   Ejercí como profesor contratado durante dos cursos (1971-73) por la Cátedra de Psicología Diferencial (Dr. José Alonso Forteza) en la Universidad Complutense, con la elaboración e impartición del Programa sobre "Marginación Social: Conceptualización, Etiología y Tratamientos Integradores. Simultaneamente, participé como Psicólogo Clínico, en colaboración con el psiquiatra Dr. Gerardo León, en la formación y actividades del equipo inaugural del Centro de Integración Social (CIS), de Cáritas Nacional de Madrid, en funciones de recepción y diagnóstico, así como de etiología y tratamiento de las distintas situaciones marginales.

      Tuve la suerte, en fin, de que el recorrido académico, profesional y humano de mis años madrileños me significara la libre  andadura de un nuevo proceso civilizatorio y sociocultural que, si bien un tanto insólito y desacostumbrado en principio, prosiguió su desarrollo gradual de forma muy psico-lógicamente deliberante y madurativa: no ya como la depreciación de la más adolescente y gallarda época de los estudios universitarios en nuestra querida e inolvidable Pontificia de Salamanca, sino como la de su expansión reconversiva en una nueva paideia, más personalmente saludable y funcionalmente adaptada, al dictado de lo que Daniel Lagache (París, 1903-1972) describía como "la interpretación comprensiva e integradora del conjunto de respuestas con que el ser humano afronta sus respectivas situaciones vitales".   

      Bilbao: 1973 - . Mis atractivas referencias norteñas ya venían generándose en la convivencia de cordiales entendimientos con buenos amigos de nuestras residencias universitarias de Salamanca y Madrid: ellos propiciaron mis primeras visitas a Bilbao donde, también por primera vez, pude disfrutar,  real y metafóricamente, "del horizonte cántabro a mar abierto".


Colaboración en Congresos e Instituciones: preferencias temáticas


LUNA GONZÁLEZ, Diego:
      -"La Educación como Integración de la Personalidad", en Revista Calasancia, Páginas Hispano-Americanas de Educación, publicación trimestral, enero-marzo, nº 57, 1969, Madrid.
       -"El problema de la Marginalidad Social y sus exigencias", en Cáritas, boletín bimestral, nº 5, abril, 1.971, Madrid.
      -"Rueda de opiniones sobre Marginación Social", en Cáritas...nº 10-11, setbre.- dicbre.,1972, Madrid.
       -"Factores Psicológicos de la Marginación Social", en Documentación Social, Revista de Desarrollo Social, publicación trimestral de la Fundación FOESSA, tercera época, nº 10, abril-junio, pp. 7-19, 1973, Madrid.
      -"Marginación Social y Alcoholismo", ponente en 1ª Mesa Redonda (Dres. Estévez Bravo y González Duro), en II Jornadas Nacionales de Socidrogalcol (Sociedad Científica Española sobre Alcoholismo y otras Toxicomanías), 30 octbre.- 1 novbre., 1974, Vitoria.
      -"Inadaptación Escolar y Neurosis Infantiles", colaboración con Dr. José Manuel López, en VII Reunión Nacional de Psicoterapia Analítica, 1-3 novbre., 1975, Bilbao.
       -"Contraste teórico  sobre un Grupo Experiencial", en VI Symposium de la Sociedad Española de Psiquiatría y Técnicas de Grupo, 26, 27 y 28 de mayo, 1978, Valladolid. Publicado en Revista Española de Psicoterapia Analítica (miembro de la Federación Internacional de Sociedades Psicoanalíticas), Instituto-Clínica de Psicoterapia "Molina Núñez", Vol. X, Nros. 1 y 2, pp 207- 11, 1978, Madrid.

GUIMÓN, J., LUNA, D., GONZÁLEZ PINTO, A., NAVARRO, E. y GUTIÉRREZ, M.:
       -"Tratamiento por implosión de un síndrome fóbico - compulsivo en una paciente  delirante crónica". En Symposium sobre Neurosis Fóbicas, publicado por GEIGY (División Farmacéutica), pp. 139-43, organizado por el Dpto. de Psicología y Psiquiatría de la Facultad de Medicina, novbre. 1973, Bilbao.
VILLASANA, A., TOTORIKA, K., LUNA, D., PUERTAS, P. y GUTIERREZ, M.:
       -"Valor experiencial y de aprendizaje técnico de la observación de Grupos Terapéuticos", en Revista Española de Psicoterapia Analítica, Vol. X, Nros. 1 y 2, pp. 213-17, 1978, Madrid.
GUIMÓN, J., LUNA, D., GUTIERREZ, M. y OZÁMIZ, A.:
       -"Elementos Clínicos sobre el Síndrome Hipercinético Infantil", en el II Congreso Mundial de Psiquiatría Biológica, Barcelona, 1978, por el Dpto. de Psiquiatría y Psicología Médica de la Facultad de Medicina de Bilbao, en Revista de Psiquiatría y Psicología Médica: Tomo XIV, Nro. 5, 1980, pp. 9-22.
J. GUIMÓN, D. LUNA, K. TOTORIKA, L. DÍEZ and P. PUERTAS:
       -"Group Psychotherapy as a baasic therapeutic resource in psychiatric community care from the General Hospital", in J. J. López Ibor and J.M. López Ibor (editors), Excerpta Medica, International Congress Series, 621: The International Congress on General Hospital Psychiatry, 95, Centro Ramón y Cajal, Madrid, Spain, 23-27 January 1983.
DÍEZ, L., TOTORIKA, K., LUNA, D. y GUIMÓN, J.:
       -"Particularidades de una experiencia grupal analítica con pacientes adultos no psicóticos en un Hospital General Público", ( el Servicio de Psiquiatría y Psicología del Hospital Civil Universitario de Basurto, Bilbao), en  Revista Psiquis 2/84, Año VI, Volumen V, pp. 59-62, marzo-abril, 1984.
GUIMÓN, J., TROJAOLA, B., LUNA, D. & GRIJALBO, J.:
       -"Applied Group Analysis in the short stay units of a General Hospital", Paper presented at the European Meeting on  Group Analysis, Atenas, 1989.
GUIMÓN, J., LUNA, D.,TROJAOLA, B., SIERRA, E. y PUERTAS, P.:
       -"Grupoanálisis en el Hospital General", en el XIX Congreso Nacional de la Sociedad Española de Psiquiatría, Esquizofrenia, Psicoanálisis en Psiquiatría, l3, 14 y 15 de Mayo, Bilbao, 1993.


LUNA GONZÁLEZ, Diego:
       -"Institución y Alienación, aproximación Psicoanalítica", en el XVI Symposium de la Sociedad Española de Psicoterapia y Técnicas de Grupo (SEPTG) : Crisis personales y Grupales, en Boletín de la Sociedad, Época IV, nº 2, año 89, celebrado en Pamplona, 3- 5 de Junio de 1988.
       -"Reflexiones desde la Encrucijada Psicosomática", en el I Symposium de Medicina Psicosomática del País Vasco, Bilbao, 12 de octbre. de 1989.
       -"Perspectiva Psicodinámica de la Psicoterapia de Agudos: hacia una Psicoterapia Institucional", en el CONGRESO INAUGURAL DE LA ASOCIACIÓN DE PSICOTERAPIA ANALÍTICA GRUPAL (APAG), en el que participé como uno de los siete Socios Fundadores y organizadores del mismo  y como miembro delegado del comité científico; celebrado en Bilbao, 1 -3 de dicbre., 1989.
       -"Psicoterapia Institucional con pacientes Agudos y Psicóticos: el proceso Contratransferencial", en I Reunión Científica Anual de la Asociación de Psicoterapia Analítica Grupal (APAG), como miembro del Comité Organizador y en aportación al tema de la Mesa 2; celebrada en Barcelona (Dres. Valentín Barenblit y Jordi Freixas, coordinadores), del 1-3 de Febrero, 1991.          
       -"Elaboración teórico-experiencial sobre el proceso terapéutico de un Grupo 'Psicosomático' de prevalencia Fibromiálgica: perfiles estereotípicos y psicodinámicos". (En atención a la colaboración interconsulta de los Servicios de Reumatología y Psicología de Adultos, Hospital Civil Universitario de Bilbao,  Basurto, 1992); en Programa sobre Las Psicoterapias de Grupo en el Sistema Público de Salud, actuado en la sala  del Archivo Foral de la Diputación de Vizcaya, 28-29 de novbre., 1997.
       -"Símbolos y Síntomas en Grupo-Análisis", en Programa OMIE. impartido en Universidad de Deusto, 13 de dicbre., Bilbao, 1996.
       -"Experiencia Psicoterapéutica y Madurez Contratransferencial", en el III Congreso Nacional  de la Asociación de Psicoterapia Analítica Grupal (APAG), celebrado en Sitges, 26-28 de novbre., Barcelona, 1999.
       -"El 'Tratamiento' Institucional de/con pacientes Psicóticos, o el 'hábitat de el lugar de la Crisis': Convergencias Terapéuticas y Homeostasis Bio-Psico-Social", en Reuniones Científicas Anuales organizadas por la APAG, el 2 de junio, Bilbao, 2000.
        -"Fairbairn, Ronald y Guntrip, Harry, dos psicoanalistas de 'Frontera' sin voluntad  de 'Escuela': aportaciones del Grupo Británico al Movimiento Psicoanalítico". (Como profesor de La Escuela de Formación de posgraduados, en el Grupo de Psicoterapia Analítica de Bilbao (GPAB.), cursos 2001-2009, Bilbao.)
        -"Factores intervinientes en el 'en-RED-o' Grupoanalítico". (Como profesor habitual del Master de posgrado en Psicoterapia Analítica Grupal (APAG.), organizado por la Fundación OMIE. y la Universidad de Deusto, curso 2006-2007, Bilbao.)
        -"El Grupoanálisis tras sus señas de identidad como hijo natural de la reconstrucción neofreudiana: entre la Integración y el Eclecticismo. Presupuestos teóricos de la voluntad Integradora desde la comprensión Bioniana del Grupo Freudiano natural y originario (o desde la historia de 'el Grupo perdido')". (En el Master posgrado APAG - OMIE., Universidad de Deusto, curso 2007-2008, Bilbao)        
        -"Especificaciones conceptuales de la Dinámica Grupoanalítica: la 'constelación Intertransferencial-Resistencial-Interpretativa' en el contexto Grupoanalítico". (En el Master posgrado de APAG - OMIE , Universidad de Deusto, curso 2009 - 2010, Bilbao.)

viernes, 20 de febrero de 2015

Asociaciones Profesionales

    Diego Luna González, inscrito en el Colegio Oficial de Psicólogos de Bilbao, BI0094, es miembro de las siguientes Instituciones y/o Asociaciones Profesionales:

  • Sociedad Española de Psicoterapia y Técnicas de Grupo (SEPT), en 1.978.
  • Sociedad de Psicoterapia Analítica Grupal (APAG), miembro del grupo fundador de esta Sociedad en Bilbao, 1.989; y del Instituto de Psicoterapia de Bilbao: Promoción de la Salud (Prosa, S. L.),  Bilbao, 1.977.
  • Grupo de Psicoterapia Analítica de Bilbao (GPAB), 1.983.
  • Federación Española de Asociación de Psicoterapeutas (FEAP), 1.992.
  • Asociación Española de Psicoterapia Psicoanalítica ( AEPP ).
  • Sociedad Española de Psiquiatría y Psicoterapia del Niño y del Adolescente (SEPYPNA), 1993.
  • Asociación Española de Neuropsiquiatría (A. E. N., fundada en 1.924) y Asociación Vasco-Navarra de Salud Mental y Psiquiatría Comunitaria (Osasun Mentalaren Elkartea -OME-, Revista NORTE de Salud Mental, 1.988.


Experiencia Psicoterapéutica y Madurez Contratransferencial

 Intervención en el III Congreso Nacional de la Asociación de Psicoterapia Analítica Grupal (APAG) :   26-28 de noviembre de l.999, en Sitges (Barcelona).

   Agradezco la invitación de mis compañeros de la actual Junta Directiva para participar en el  III  Congreso de nuestra Sociedad. Y, así mismo, agradezco a todos los aquí reunidos, que la dinámica conceptual surgida desde el comienzo de este Congreso, haya propiciado un contexto en que mi tema podría sentirse más favorablemente acogido.  
  Por comenzar, ya al modo contratransferencial, diría que si, como afirmaba Heidegger, “toda palabra es una respuesta”, el título y contenidos de mi exposición, cuyo más amplio desarrollo rebasaría los límites de tiempo comprensiblemente establecidos, también entrañan una agradecida respuesta  a cuantos, de distintas formas, me ayudaron a la elaboración progresiva de mi experiencia profesional: nunca apreciaré bastante haber nacido y crecido, personal y profesionalmente, en el ámbito clínico de la Institución Pública cuando, allá por la década de los años setenta - en 1975-, con el impulso animoso del Dr. Guimón, inaugurábamos el Servicio de Psiquiatría y Psicología del Hospital Civil Universitario de Bilbao, en el barrio de Basurto. Y no menos agradeceré siempre, y quizá sobre todo, que la coincidencia de aquella inauguración con la del comienzo de nuestros respectivos psicoanálisis personales, predeterminase un proceso en que las vicisitudes de mi experiencia clínica con los pacientes perdurarían ya vinculadas, de forma definitivamente existencial, a la más personal e idiosincrásica evolución de mi experiencia analítica interna.

   Fueron, pues, ambos alumbramientos, el profesional y el psicoanalítico, los que me permitieron, machadianamente (“…se hace camino al andar”), progresar laboriosa, y acaso contradictoriamente, desde las obligadas y ortopédicas pre-ocupaciones teórico-técnicas del Psicoanálisis clásico y erudito, o como aparato y sistema conceptual, hacia las modulaciones, más clínicamente adaptadas y resolutivas, provenientes del Psicoanálisis como movimiento: un saber psicodinámico que se mueve entre vivencias profundamente personales y psicológicamente significativas, y cuyas teorías, por tanto, existen en la medida en que sirven para discriminar, conservar, depurar y desarrollar las ideas y objetivos que nuestra práctica clínica nos exige y proporciona.  

Experiencia y madurez

   Ambos términos se implican en la conformación de una unidad sintagmática, “experiencia madura” o “madurez experiencial”, en la que son comprendidos, no ya como efectos sumativos de una mera acumulación de saberes, hábitos y destrezas, más o menos rutinarios, proporcional a los años de ejercicio, y tal vez con el iluso engreimiento de sentirnos inmunes contra todo resquicio neurótico. Todo lo contrario, porque, en el complejo y resbaladizo “asunto” de “lo contratransferencial”, la  experiencia y la madurez consistirían en la capacidad de elaboración, y continuo  mantenimiento, de una cualificada actitud profesional, dimanante del empeño –implícito en los supuestos del juramento hipocrático- por “constituirnos” progresivamente en lo que, según Winnicott, somos: “una versión idealizada del hombre o mujer de la calle”, en la que nosotros también nos reconocemos como pacientes, necesitados de gozarnos y sufrirnos, tanto como oscuros objetos, más o menos confiables, de deseos, sueños y ensueños, como de recelos, amenazas, envidias y agresividades.

   La maduración de nuestra actitud profesional entraña, por tanto, una complejidad que rozaría la  apariencia paradójica si el mismo Winnicott no nos aclarase su comprensión cuando nos dice que “es más fácil encontrar un analista profesional de buena conducta, que un analista (de conducta igualmente buena) que, sin embargo, conserve “la vulnerabilidad propia de una organización defensiva flexible”. O, dicho de otra forma, un profesional lo suficientemente “sano, vivo y despierto”, al que la “pre-ocupación” por el mantenimiento de su propia estructura defensiva, no le invada ni enrarezca el espacio requerido para ubicarse conforme a situaciones nuevas, ni le impida “ofrecerse”, vivencialmente, a la percepción subliminar del paciente como un objeto subjetivo. No en vano nos recuerda Masud Khan, que nuestra paradoja esencial como hombres es la doble realidad en la que consistimos, siendo, a la vez, “nuestro propio sujeto y objeto” y, por si fuera poco, también los autores de nuestra propia pérdida.
      ¿Un cambio de paradigma?
   Porque, efectivamente, ya en 1962, en sus reconocidas investigaciones sobre las “revoluciones científicas”, Thomas S. Kuhn advertía de que la ciencia evolucionaba por crisis y de cómo  hay tiempos en que la comunidad científica aplica sosegadamente sus teorías para reforzar y expandir sus conocimientos. Pero que también suceden otras épocas en que, por “acumulación” y de forma relativamente invisible, aparece un malestar creciente, porque las anomalías al aplicar la teoría surgen ya de manera cada vez más frecuente y flagrante, hasta que “por fin estalla una revolución y cambia el paradigma”. O tal vez ocurra todo menos radicalmente y, como también nos precisa Kuhn, las cosas vayan cursando conforme a la “imagen común” con que procesa el desarrollo  de la “ciencia normal”: la que produce los ladrillos que la investigación científica está continuamente añadiendo al creciente edificio del conocimiento científico”, es decir, “mediante el  aumento o adición acumulativa de lo que se conocía antes”. El caso es que, desde estas perspectivas, más actualizadas al respecto, podemos afirmar que algo así sucedió con la más significativa atención y reconocimiento de la contratransferencia hacia la mitad del siglo pasado.


   Sabemos que fue la constante acumulación de hechos clínicos la que marcó la inflexión de la teoría tradicional hacia el enfoque objetal de las relaciones interpersonales, y que fueron las respuestas clínicas de los poskleinianos las que propiciaron las depuraciones y avances técnicos que, al comprometer más nuestras actitudes psicoterapéuticas, incentivaron los estudios sobre la contratransferencia como un instrumento, diríamos que fundamental,  tanto en la cualificación de las actitudes y posicionamientos, mentales y vivenciales, que inspiran y dinamizan los procesos psicoanalíticos propiamente tales, como de las que afectan a las distintas situaciones y modalidades requeridas por las variadas actuaciones de nuestro ejercicio profesional.  
   Nunca estaremos contratransferencialmente terminados ni excluidos, por suerte, de nuestra más íntima experiencia como “pacientes”Menos mal que así lo reconoció el mismo Freud. Cuenta el anecdotario que, en 1912, durante unas vacaciones en Italia con Ferenczi, y tal vez queriéndose éste significar como discípulo predilecto, requería del maestro ciertas confidencialidades sobre algunas cosas de su vida, sin que Freud accediese a sus pretensiones. Fue por lo que, tras el viaje, Ferenczi escribió a su por entonces admirado maestro rogando disculpase su impertinente curiosidad, a lo que Freud contestó con  paternal  condescendencia: “Es bien cierto que esto fue una debilidad por mi parte. Yo no soy el superhombre psicoanalítico que usted se ha forjado en su imaginación, ni he superado la contratransferenciaNo he podido tratarle a usted de tal modo, como tampoco podría hacerlo con  mis tres  hijos, porque los quiero demasiado y me sentiría afligido por ellos”. Lo cual no obsta para que, un año más tarde, el veinte de febrero de l913, el mismo Freud, escribiendo a Binswanger sobre el problema contratransferencial como uno de los más difíciles técnicamente en Psicoanálisis, concluyese su carta con esta máxima fundamental: “Dar a alguien demasiado poco porque se lo ama mucho es ser injusto y, además, un error técnico”. Y recuerdo aquí, a propósito, lo que nos cuenta Guntrip de aquel profesor de psiquiatría biológica que le confidenció su devaluación de Freud  por considerarle como “el autor que con más facilidad entra en contradicción consigo mismo”, resaltando así, tan involuntaria  como precisamente, una de las virtudes más características de la prudente sabiduría psicoanalítica.
         Contratransferencia y encuadre psicoterapéutico
   Ya es significativa la dificultad de tratar sobre la contratransferencia, de forma más directa o exclusiva, sin que ello suscite, según la idiosincrasia de cada quien, todo un revuelo de susceptibilidades precautorias en que lo conceptual y lo emocional tienden a confabularse, indiscriminadamente, con peculiares empeños defensivos. Y es que, ciertamente, los "asuntos" contratransferenciales, a la manera poética de Miguel Hernández ( o "... del corazón a mis asuntos"), se han mantenido casi como "como el buque fantasma": " tan preocupativa y discretamente  concernidos, como asistemática y, acaso racionalizadoramente, tratados; tengamos en cuenta que, mucho más que sus pacientes, el Sistema  Psicoanalítico, gracias a su complejidad y riqueza, dispone, quizá como ningún otro, de muy poderosos y sutiles recursos de racionalizaciones heteroinculpatorias  y defensas autoafirmativas. 
   Sabemos que, en el principio de todo, fue la transferencia de los pacientes la que predeterminó el origen y objetivos de los procesos psicoanalíticos. Así mismo, todos seguimos reconociendo la vigencia del setting ”encuadre” como la configuración discriminatoria de un espacio sin el cual   el trato no devendría en tratamiento: un espacio, por tanto, que peculiariza y ordena las respectivas relaciones trans-contratransferenciales, de forma no convencional y asimétrica, configurando una estructura sintáctica, en la que el psicoterapeuta prevalece en algún lugar predeterminante del proceso, a salvo de ser engullido por las introyecciones del paciente como uno más de los distintos objetos arcaicos  que pueblan sus conflictos primitivos.
   Alguien metaforizó preciosamente la articulación dialógica del proceso trans-contratransferencial tal como la pieza musical se configura a modo de un "contrapunto", en el que el canto  transferencial de paciente inspira el contracanto o acompañamiento contratransferencial del psicoterapeuta. Pero, precisando más los contenidos metafóricos de dicha articulación procesual, aún podemos proseguir, reconociendo que la composición "musical" de la obra, acaso técnicamente perfecta, no garantizaría necesariamente la integridad perceptiva, sensible y emocional de una transmisión funcional y estética, de no tener en cuenta la influencia de otras variables contextuales: la mentalidad de la época, la intencionalidad del autor, la calidad instrumental de la orquesta o la sonoridad del local que, habida  cuenta, sobre todo, de  las capacidades interpretativas del director, se constituyen conjuntamente como valores condicionantes de la calidad del concierto en cuestión.
   En consecuencia, nada tendríamos que objetar a la corrección técnica con que se  demanda el encuadre como requisito básico del tratamiento. Sólo enfatizaríamos el reconocimiento escueto y apriorístico de que, mientras no se diga algo más acerca de su capacidad promotora y psicodinámicamente funcional, el encuadre será sólo “el encuadre”. Queremos decir que “ese algo más” habría de remitirnos  a la cualificación vivencial de un espacio en el que pudiéramos habitar con la mayor plenitud posible de nuestras formas de ser y estar, y de cuyas modulaciones existenciales dimanasen, sincrónicamente, la eficacia instrumental de dicho espacio y nuestro propio libramiento  contra el riesgo  de permanecer encuadradamente atrapados.
         Hacia un “nuevo hogar conceptual”
   Sabemos que  la obra de Melanie Klein insiste en la exploración de la psicología del “objeto” que, como algo psíquicamente internalizado, se convierte en factor de desarrollo del Yo. Efectivamente, al surgir la teoría de la relación objetal, ya no son las vicisitudes de los instintos la primera preocupación de la consideración psicoanalítica, ni el Yo se vincula a aquellos, al modo de aparato-instancia, en funciones meramente perceptivas o de control y adaptación a la realidad externa...: el cambio de perspectiva consiste en que el “objeto” (por ejemplo, el pecho materno) pasa de ser algo necesario para la gratificación del impulso instintivo, a constituirse como algo indispensable para el desarrollo del Yo, y que éste deja de ser concebido como instancia o elemento para ser comprendido como una totalidad originaria.
   En este sentido, hemos de agradecer mucho las reformulaciones del tratamiento psicoanalítico aportadas por la reconversión poskleiniana. Fue ésta la que, diluyendo la concepción del  Yo-instancia  en la de Self-totalidad psíquica, señalizó la mutación  diferencial respecto a la conceptualización psicoanalítica tradicional, tal como bien podría resumirse con la formulación sustitutiva de que “si la libido busca placer, el sí-mismo busca objetos” (W. Ronald D. Fairbairn). Es decir, que del concepto de Yo como instancia entre instancias, de tardío advenimiento al reclamo de exigencias eminentemente adaptativas, se avanza profundizando en la significación  del Self o “sí-mismo”, concebido como  un “sistema nuclear” (Carlota Bühler) y totalizador de la personalidad normal; su expresión  dinámica y funcional sería, por tanto, la de una fuerza con vocación selectiva, organizadora e integradora de tendencias y motivaciones. Recordemos que este Self ya fue precursoramente  valorado como tal por Karen Horney y advirtamos que, a diferencia  del conceptualizado por Jung, no es tanto el que deviene, secundariamente, como resultado de un largo “proceso  de individualización”, sino el descrito por Winnicott como el principio de una “totalidad yóica” que, si bien rudimentaria y débil, incluía ya desde el comienzo las posibilidades  germinales de todas las funciones básicas y constitutivas de la psique infantil.
   En este contexto asociamos también aquí la alusión de Winnicott a “nuestro propio- ser-genuino”, tal como él denomina al desconocido potencial heredado que iremos  experimentando  en  la  continuidad de nuestro existir: como un impulso espontáneo, con vocación  de  “singularidad y destino”, y del que, por tanto, según las vicisitudes históricas, psicodinámicas y relacionales de nuestra crianza, o de nuestro renacimiento en el setting psicoanalítico, dependerán los procesos de elaboración y asentamiento de nuestro “Self o no Self”. Porque sabemos que el “Self “ de una persona se constituye como la síntesis histórica de  muchas relaciones internas.
   Lo que, en definitiva, traducen estas teorizaciones es el ensayo y asentamiento progresivos en un "nuevo hogar conceptual" donde tiene lugar la transformación psicodinámica del setting psicoanalítico: un debate procesual de objetos internos en que, sin negar la vida instintiva, ésta queda preferentemente consignada por "el idioma de personalidad procedente del propio-ser-genuino, como núcleo del inconsciente reprimido y primario".
          La comprensión íntima de los procesos clínicos
   Sería la comprensión  de los procesos clínicos, a través de nuestra  experiencia interna, la que nos permitiría sentirnos inmersos en ellos  de forma más concerniente y responsablemente comprometida: no ya, por tanto, con la distante solemnidad del oráculo o con el amenazante predeterminismo del profeta ni, mucho menos, por supuesto, con la frívola desenvoltura o el desdén omnipotente de nuestras defensas  maníacas. Porque “… en la defensa maníaca - y cito literalmente a Winnicott – la muerte se convierte en una exaltación de la vida, el silencio en ruido, no hay aflicción ni inquietud, ni trabajo constructivo ni descanso placentero”. Y nos advierte el mismo Winnicott que es esto a lo que, ya en l930 (antes de conocer las ideas de M. Klein al respecto), él calificaba como “estado de inquietud angustiosa común” o “un estado clínico” cuyo rasgo principal es “la negación de la depresión”y, en consecuencia, un desasosiego que, en fin, al corresponder al estado hipomaníaco adulto, en su calidad enfermiza, “acarrea muchos y diversos  trastornos psicosomáticos”, pero al que, sin embargo, conviene diferenciar tanto del “desasosiego persecutorio” como de “la elación maníaca”.
   Lo que quizá nos requieren nuestros pacientes es la elaboración de un talante receptivo y discreto, capaz de suscitar allegamientos existenciales evocadores que, por estar profundamente anclados en  nuestra experiencia íntima, sólo emanarían  de aquel psicoterapeuta cuyas actitudes devinieran reconocidas como vivencias y, por tanto, previamente curtidas en las templadas y fecundas zonas emocionales de la denominada por M. Klein “posición depresiva”: un espacio desde donde el psicoterapeuta podría percibir, autoanalíticamente, el conflicto provocado por el dolor de las pérdidas y las amenazas de la agresividad destructiva, así como, consecuentemente, por los efectos de la reconstrucción creativa destilados por la culpa reparadora
   Pero tampoco nos sería fácil captar y reconducir en nuestros pacientes el avance complejo de sus respectivos desarrollos emocionales sin cuidar, de forma simultánea y progresiva, la instauración de “la confianza básica”: de cuanto nosotros podamos aportar para ser gradualmente percibidos como “la madre tranquila”, es decir, la misma, única y, sobre todo, verdadera madre que, desde su profunda comprensión de la experiencia interna, sea capaz de permanecer dispuesta entre las vicisitudes de “lo bueno y lo malo”, y siempre a través de las tortuosas discriminaciones entre “lo propio y lo ajeno”, según matiza Hanna Segal

  Conviene precisar que los efectos devenidos de nuestros asentamientos contratransferenciales  en la dinámica  de "la posición depresiva", no son en modo alguno identificables con los de las depresiones clínicamente psiquiátricas: al contrario, sabemos que son precisamente estas últimas las que mantienen una mayor vinculación con fenómenos de despersonalización y/o pérdida de "la confianza básica", originados en las etapas más arcáicas y cegadas de "la posición esquizoparanoide", cuando esta derivó, bien hacia el fracaso más primario y fundante de las relaciones objetales, o a la exacerbación reactiva de las defensas que, huyendo de los sentimientos de pérdida y culpa, se precipitaron, en fuga hacia adelante, en el falaz vacío de la consabida "reparación maníaca" de la que, en el mejor de los casos, solo devendría el sentimiento de futilidad, consecuente a la elaboración de un "falso self". Y, en relación con los efectos beneficiosos de la "posición depresiva", nos conviene recordar también que, según nos reconviene Winnicott, "el niño sano posee una fuente personal de sentimientos de culpa y, por tanto, ya no es necesario enseñarle a sentirse (¿aún más...?-digo yo-), culpable o inquieto.    
   Lo que, en definitiva, resumimos es que nuestras actitudes contratransferenciales habrían de venir entrañadas en el reconocimiento autoanalítico de nuestras respectivas posiciones personales, predeterminadas por las vicisitudes de nuestra particular e idiosincrásica experiencia interna, tal como, también nosotros, la hubimos de sufrir y gozar en épocas más confusas e indecisas de nuestras peculiares historias íntimas. Así fue cuando lo que antaño intrépidamente acometíamos  con  el ufano pre-texto de "un psicoanálisis", rigurosamente ejemplar y heroicamente didáctico, llegaba por fin a subsumirnos, ya con provechosa autenticidad, en el encarnamiento desvalido de la más escueta y desconcertante verdad: la de nuestra menesterosa "condición de pacientes"; porque, efectivamente, y dicho a la manera clásica, "nemo ascendit nisi qui descendit". 
   Y nunca más desde entonces podríamos, ni deberíamos, abandonar la memoria de aquellas huellas antiguas, tan húmedas y gratificantes, por las que habríamos de proseguir aceptándonos vivencialmente, aunque de la forma más adecuada y propicia,  como “el otro paciente” de cualesquiera de nuestras actividades, ya sean estas formalmente psicoterapéuticas o indistintamente profesionales. Algo así es lo que nos recomendaba Theodor Reik a través de sus conversaciones dominicales con Erika Freeman: que “el analista analiza a la otra persona como si ésta fuera él y se analiza a sí mismo como si fuera otra persona en autoanálisis”.
        Conclusión
   Con razón sentenciaba Hanna Segal, en 1977, que “la contratransferencia es la mejor de los sirvientes, pero el peor de los dueños”. Pero, bien avisados de ello, me es grato concluir, también a la manera contratransferencial, con aquella maravillosa síntesis, tan reconfortante, de Grotham porque "ya no dramatizamos los conflictos ni permanecemos fríos cuando hemos de responder con una emoción profundamente sentida, ni nos quedamos callados cuando debemos hablar, ni nuestros impulsos de autoafirmación mediante el dominio técnico (el subrayado es mío) suplantan a las modulaciones de nuestro arte. Todo ello revierte en beneficio de nuestro oído interno, nuestra intuición, el “tercer oído” de Theodor Reik, y puede que el énfasis creativo y artesanal dé forma e inspiración a la materia informe de los rigores técnicos”. Y, finalmente, también quedo avisado por la sabia advertencia de H. Guntrip de que “se puede enseñar una técnica, pero no se puede enseñar a nadie a ser una persona terapéutica”.
   Y muchas gracias por el favor de vuestra escucha.

El desarrollo del grupoanálisis en España y países de habla castellana

Revista Norte de Salud Mental no 29 • 2007 • pag 63–77
(Epílogo a un prólogo póstumo de S.H. Foulkes,
Juan Campos Avillar, Hanne Campos)
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Factores Psicológicos de la Marginación Social



      Diego Luna González, Lic. en Psicología y en CC. de la Educación, Dip. en Psicología Clínica. (En Documentación Social, Revista de Desarrollo Social, publicación trimestral de la Fundación FOESSA, tercera época, nº 10, abril-junio, pp. 7-19, 1973, Madrid.)


      El Marginado Social:
      
    Un ser humano de distintos estratos o categorías sociales y culturales que, por la influencia de una   serie de factores (familiares, educacionales, ambientales, económicos, profesionales, de edad, patológicos...) incidentes, en parte o conjuntamente, en su índole y circunstancias personales, vive, con tendencia habitual considerable, fuera de las estructuras sociales más elementales e imprescindibles, con algún modo sustancial de efectos negativos para su realización personal y la de su entorno.

    Lo mejor que puede ocurrir a las ciencias e instituciones que se ocupan del hombre es transcenderse a sí mismas en servicio de la realidad. Lo peor, encerrarse en cómodos apriorismos que marcan trayectorias teorizantes y rectilíneas, más o menos unilaterales y excluyentes, y caer en la fácil tentación de erigir sus parcelas en conclusiones dogmáticas, inamovibles y universales. Razonablemente observa el doctor Pinillos que "en el caso de objetos tan multivariados como el hombre, la comprensión real de lo que ocurre - el subrayado es nuestro - no puede venir nunca por la vía  de una sola ciencia, sino por la integración de datos que proceden de disciplinas distintas"(1).

    Si las limitaciones  científicas y los condicionamientos históricos son inevitables, la conciencia de los mismos debería avisar a los hombres públicos, y a los  profesionales de lo humano, para curarse en salud en evitación de cualquier alianza a favor de los "ismos"que, como monstruosos apéndices cancerosos,  siempre se producen  y crecen a costa de supeditaciones  desintegradoras y sufridas de individuos y sociedades.

   1. PERSPECTIVA PSICOSOCIAL

    a) Sociedad y "anormalidad"
        
   La Marginalidad Social es barro de muchas polvaredas y que, por tanto, también curándome en salud, es difícil dragar desde exclusivas medidas y enfoques psicológicos o médico-psiquiátricos. Tal vez se intente así por equivocación o, lo que fuera aún peor, por actitudes evasivas.  La experiencia de mi ejercicio profesional me convence del claro y considerable ingrediente psicopatológico que afecta a muchas situaciones marginales en las que conjuntamente, sin embargo, hay que reconocer la implicación de radicales y agravamientos de índole social; acaso, paradójicamente, los mismos medios destinados a la procuración de la salud e higiene  mentales, devengan también abusados y tengan que pagar su cuota de contribución provocativa en la compleja red causal del fenómeno marginal. Probablemente sea así si sucede que los criterios del "utilitarismo social" se interfieren condicionando negativamente la selección, eficacia y aplicación de las diversas técnicas preventivas, terapéuticas y asistenciales: los métodos evasivos, las fáciles y cómodas medidas de discriminación, diagnóstico y tratamiento impedirían entonces la consideración más íntimamente comprensiva, analítica, profunda y evolutiva de las enfermedades y de las desviaciones humanas (2).


  Ocurre que, apenas intentamos reflexionar responsablemente sobre el hecho de la Marginalidad Social, comienza nuestra óptica psicológica a insinuarnos las dudas e interferencias de su complejidad fenomenológica y etiológica. En el mismo umbral del problema tropezamos con la ya antigua cuestión de las pautas psicosociales que integran la definición de "la conducta anormal". La observación de Franz Alexander sobre  la interpretación  esquizofrénico-catatónica del estado de autoabsorción en los místicos budistas es un ejemplo, exagerado por supuesto, de la consabida relativización del concepto de "normalidad" según los patrones establecidos por una determinada sociedad y cultura (3); pero, sin llegar a esos extremos, son ya antiguas las consideraciones sobre "las modas de la anormalidad" y parece indudable la cualidad social de muchas "anormalidades" en cuanto constitutivas de situaciones sociales entrañadas en determinadas estructuras sociales. También hace ya tiempo que López Ibor (padre), en título tan significativo como "Estilos de vivir y modos de enfermar", aludía al "reflejo histórico de las enfermedades", "a la fuerza histórica de los estados de ánimo", a la "plasticidad histórica de los instintos"  o a la "angustia del hombre actual", invadido por temores vagos y difusos a todo y a nada (4). Digamos de paso que esta angustia existencial no es cualidad agónica exclusiva de ciertas crisis  existenciales "cultas", porque hemos tenido ocasiones de recibirla en consulta, tan modesta y vivamente personalizada, en el talante mental y expresivo de muchos marginados sociales.

   Es el carácter social de la anormalidad el que, precisamente, define de hecho las distintas formas o comportamientos marginales:
   -Asocial, sería la conducta caracterizada por una desvinculación sustancial de la estructura social,  normal e imprescindible, producida por grados más o menos acusados y evidentes de precariedad o anormalidad fisiológica, psíquica o psicofísica. Sería el caso de la oligofrenia profunda con grave trastorno motórico, por ejemplo.
  -Antisocial, o conducta vinculada a la estructura social de forma diversamente "agresiva" y de voluntariedad discutible, condicionada por la naturaleza concreta de los distintos casos. Tales los modos de comportamiento de índole criminal y delictiva.
  -Disocial, o formas anormales de comportamiento vinculadas a la estructura social con actos que revisten formas de "agresividad" más o menos indirecta e implícita, en cuanto que no va significada por la naturaleza misma de las actitudes o acciones, sino por sus efectos conjuntos de descomposición, disolución y / o disociación. Serían, por ejemplo, los casos de alcoholismo y otras drogadicciones o los de prostitución, etc...

   Cuando hago esta clasificación obligado por la exigencia de alguna forma inicial de discernimiento, no se me ocultan otros cuestionamientos y sutiles precisiones que, tanto desde el punto de vista sociológico como psicológico o neurológico, podrían aducirse razonablemente acerca de sus respectivas titulaciones y contenidos; simplemente que, para poder andar y sin la menor intención de ponderaciones éticas o axiológicas, he partido de una determinada orientación clasificatoria.

    b) Motivaciones sociales

   Ya Karen Horney, en"La personalidad neurótica de nuestro tiempo"(1937), señalaba tres capítulos de contradicciones entre demandas y valores de la época:
   -Contradicción entre el convencimiento teórico de libertad y sus exigencias y la penosa y frustrante constatación de las limitaciones reales de la misma.
  -Contradicción entre la lucha competitiva por el éxito y los principios supremos de la hermandad humana.
   -Contradicción, finalmente, entre la estimulación y saneamiento de necesidades y el desasosiego  o la frustración producidos por la necesidad de satisfacerlas.
        
   Parece indudable que dichas tensiones contradictorias ponen a prueba la capacidad de equilibrio de los individuos y llegan a traducirse, frecuentemente, en perturbaciones significativas de ruptura o disarmonía psíquicas que, a veces, son consecuencia directa de dichas tensiones y, otras, de nuevos hábitos de compensación y evasión con que cada sujeto va defendiendo los límites de sus capacidades   de tolerancia a la frustración o a la inestabilidad y el vacío. Y es así como, en una segunda ronda, vuelve a ser la misma sociedad la animadora e impulsora de estas segundas situaciones: con un perfecto conocimiento del proceso de exigencias humanas y de sus técnicas de  condicionamiento, la sociedad se esmera en la presentación de nuevos recursos sedantes y evasivos, como aliviaderos artificiales de anteriores descompensaciones.

   Pero si el tributo psicasténico o neurótico, en nuestra sociedad actual, lo pagan a menudo muchas personas influyentes, o menos mal "integradas" y acomodadas, en nombre de las relaciones y desempeños públicos de distinta índole, o de su eficacia y rendimiento laborales, también podemos testimoniar de los estados de confusión y desconcierto, de fatiga y agotamiento psíquicos de muchos más, en nombre de la soledad, la incomprensión, el paro y la precariedad, el alcohol y otras tendencias  compensatorias, o del vagabundeo como ansiosa y aturdida expresión simbólica de su profunda inseguridad y pérdida vitales.


    Sin atribuir a la sociedad la causa exclusiva y generalizada de la etiología marginal y/o patológica, las influencias y condicionamientos sociales parecen innegables y, en muchos casos, radicales o decisivos.Y se comprende, por lo demás, que haya de ser así en consecuencia a la naturaleza social del ser humano. Es lamentable que esta tendencia natural de apertura del hombre hacia el mundo, como receptor responsable de atender y modular sus disponibilidades plásticas, cambie su sentido positivo y ético contrariando esa misma tendencia receptiva de plenitud y acabamiento. No de todo hombre, por supuesto: "La originalidad irreductible de la libertad y de la conciencia individuales" quedan siempre en pie, como características inconfundibles de la humanidad, que se contrastan mayormente en las "tensiones bipolares", que son precisamente las que constituyen "la tónica dialéctica de la colaboración social"(5). Ocurre que las variables de la pobreza integral, cultural y material, de la desprotección y la debilidad radicales, se interfieren dificultando sustancialmente las posibilidades humanas de tantos seres marginados. Como tales, están impedidos, no ya solo del derecho elemental de participar en el juego de su propia realización mediante el sentido perfectivo de sus "tensiones bipolares"dinamizadas en la "dialéctica de la colaboración social"sino, en muchísimos casos, carentes incluso de la más elemental pre-disposición: la de la conciencia de sus valores y derechos como vector impulsivo, primordial e imprescindible, hacia la reparación y el asentamiento de su propia dignidad y excelencia ciudadanas.

  Tengamos en cuenta que, tras las connotaciones materiales de las situaciones marginales -cuya apremiante necesidad de urgencia nos obliga, en principio, a concentrar todos los esfuerzos de nuestra capacidad de respuesta- también existen otras concausas formales, más o menos encubiertas y sinuosas, que afectan sobre todo a las estructuras más sutiles, racionales y sensibles de los seres humanos. Digamos, pues, que se requiere un circunloquio más detenido y perspicaz con sobre los acontecimientos vitales que, a niveles no tan manifiestos, subyacen  dotando de sentido la peculiaridad fenomenológica de las distintas experiencias marginales; un trabajo, en fin, que podría aportarnos, conjuntamente, una radiografía social con las conclusiones terapéuticas más conducentes, tanto para la identificación de las deficiencias correspondientes a determinadas estructuras sociales, como para la selección de los tratamientos más específicos y operativos de los distintos conflictos individuales.

   Nos sentimos obligados a admitir, por desgracia, que si bien muchos individuos "anormales" en una determinada estructura social quizá no lo fueran en otra, otros serían anormales en la mayoría de las situaciones. También advertimos al respecto que las denominadas "sociedades de orden" suelen segregar atmósferas de frecuentes desencuentros conflictivos, con porcentajes de marginación considerablemente mayores que los de las "sociedades de equilibrio dinámico", cuyas actitudes comprensivas y dialógicas modulan con más flexibilidad los niveles de tolerancia de sus capacidades de afrontamiento, en beneficio de las mejores posibilidades integradoras: instituir normas nuevas en situaciones nuevas es un requisito de la salud que demanda un margen de adaptación a las inconstancias del medio.

   Por lo que afecta a la prevención y tratamiento terapéutico de la marginación, queremos subrayar nuestro convencimiento de que no se clausura eficazmente la cuestión con la simple detectación de los síntomas de un cuadro esquizofrénico y el diagnóstico inequívoco del mismo, por poner como ejemplo el caso de una patología grave: sucede que, incluso los trastornos neuróticos y los, tradicionalmente, denominados "psicóticos"(?), u otras afecciones orgánicas,  elaboran y proyectan sus contenidos mediante los influjos expresivos de sus respectivos "entornos socioculturales"(6): un marginado social, enfermo esquizofrénico, deteriorado y sucio, entra en actitud solemne y alienada en una cafetería, solicita un desayuno, paga, agradece ceremoniosamente el servicio, se lo lleva a una mesa apartada, saca unos folios de su vieja cartera, tres lapiceros, un paquete de tabaco y, alternando el uso de lápices, papeles y pitillos, entre musitaciones y amaneramientos, escribe y escribe con gestos ampulosos y abstraidos...; ¿pero qué sentido cultural y social tiene su comportamiento, en qué estratos de apetencias y profundas frustraciones se sustentan sus extrañas actitudes y empeños de identificación  imaginaria con cualquier escritor famoso...? Ciertamente el ser humano mantiene su comportamiento (peculiar, complejo y trascendente) hasta en sus circunstancias más ínfimas y alienadas, que tal vez sean las que propician las expresiones más auténticas, elocuentes y significativas tanto de sus más legítimas posibilidades como de sus más anormales carencias. Y quizá sean estas disparatadas elocuencias las que provoquen la radicalización racionalizadora de las actitudes defensivas en los entornos de los distintos colectivos, sociales e institucionales, con sus más fáciles y evasivas soluciones, dicotómicamente discriminativas, sin otras, previas o ulteriores, ponderaciones.

   c) Salud mental y diferencia de clases

   Acerca de los componentes patológicos de muchas situaciones marginales, acaso pudiera decirse lo que de muchas poblaciones negras en la sociedad americana: pueden ser un problema social, no tanto por el color de su piel cuanto por su gran porcentaje de pertenencia a las clases ínfimas, si bien, como también sabemos, la estrecha correlación entre ambas circunstancias haya provocado la perversa dinámica conflictiva del "círculo vicioso". Pues bien: si algunos estudios serios parecen haber concluido unas correlaciones de significación altamente positiva  entre niveles sociales y afecciones mentales, tanto en la frecuencia como en la gravedad de sus respectivas patologías, será debido a que la precariedad de recursos socioeconómicos afecta también a la integridad del bienestar psíquico.

   Los datos confirmativos los transcribimos de la investigación en New Haven (Connecticut), recogidos por Hollingshead y Redlich en 1958. Se incluyeron en el trabajo todas las personas que recibieron algún tratamiento psiquiátrico en New Haven desde el treinta de mayo hasta el uno de diciembre de 1950, tratadas en clínicas o instituciones públicas o privadas y en las consultas de los médicos, considerando también la diferencia de los componentes, más o menos radicales y graves, detectados en los comportamientos "psicóticos", y los variados padecimientos o afecciones vivenciales, de características más funcionales y menos impeditivas, propias del carácter neurótico. Pues bien: los resultados de estas diferencias se evidenciaron en esta investigación y en dependencia también, naturalmente, de las diferencias, cualitativas y cuantitativas, de los distintos tratamientos recibidos: mientras la mayor parte de los pacientes de las clases superiores  pudieron recibir tratamientos más específicamente cualificados, la precaria condición social de los niveles de más baja o ínfima condición, no les permitió acceder más que a los cuidados, más imprescindibles  y transitorios o circunstanciales, de alguna hospitalización o terapia orgánica. Resultó, en fin, que si en los niveles inferiores o ínfimos solo fue diagnosticado de neurótico un 10%  de los pacientes y el 90% restante como "psicóticos", en los pacientes de niveles superiores solo una tercera parte fue designada como "psicótica" y el resto como neurótica (7).

    2. ALGUNOS ASPECTOS CONCRETOS

    Pero, aparte las consideraciones derivadas de mi experiencia actual, me serían difíciles  y arriesgadas mayores precisiones y/o conclusiones sobre la marginalidad social de nuestro país. Ello prerrequiere, además, como parece se intenta hacer, la sustitución progresiva de una mentalidad teórico-asistencial, de soluciones triviales y aplicaciones tópicas, por otros posicionamientos, más estudiosa y sólidamente fundamentados, que posibiliten una comprensión etiológica de la problemática marginal desde la conjunción comprometida de las distintas aportaciones institucionales e interdisciplinarias.  De aquí que cuanto, por ahora, intento aportar no es más que mero trasunto de mi experiencia como psicólogo clínico, cuyas detenidas observaciones en la relación directa con un número que, aunque considerable y diverso, de situaciones marginales, solo me permite atisbar la magnitud de un problema, de implicaciones socio-estructurales y evolución proteiforme, que requiere el seguimiento progresivo de elaboraciones sistémicas de mayor alcance.

   a) El disfraz marginal
               
   Las motivaciones de apariencia más visible y justificada con que muchos marginales acudían al Centro Asistencial, solían referirse a la falta de trabajo o a la solución de ciertas coyunturas materiales. Muy frecuentemente, sin embargo, tras las imprescindibles referencias a situaciones de primera instancia, las entrevistas individuales con los respectivos interesados, ya más confidencial y receptivamente espaciosas, permitían el desahogo emocional de otras vicisitudes y condicionamientos, más o menos vitales, que dotaban de comprensión y sentido "históricos" a los peculiares procesos de sus trayectorias individuales perjudicadas por deficiencias y alteraciones de distinta índole: educativas y culturales, familiares y afectivas, laborales, delictivas y / o adictivas, patológicas, etc..., sin que fuese fácil, en buena parte de los casos, aislar cualquiera de estas circunstancias como responsable exclusiva de las respectivas situaciones marginales. También connotamos que no eran pocas las personas cuyos estados marginales devenían resentidos tras su larga experiencia rotatoria por diversos "centros" e "instituciones", ya fueran caritativos y asistenciales, de tratamientos médicos y psiquiátricos o de carácter correctivo y penitenciario. Así mismo, los efectos negativos del hospitalismo también se decantaban en las actitudes y comportamientos de niños y adultos, con sus reconocidas manifestaciones de pasividad y dependencia: no olvidemos que tan perjudicial puede resultar, aunque con distinta influencia cualitativa, la institución hiperprotectora como la caracterizada por el talante desconsiderado, indiferente o crudo de sus carencias materiales y humanas.

El Tabú de los Soberanos

    ( Diego Luna González. Psicólogo Clínico, miembro de la Junta de Fundadores del Diario Tribuna Vasca,  dirigido por Eduardo Sotillos (Publicado el Miércoles, 27 de Octubre, Bilbao-1982)

   Hace ya tiempo que me preocupa esta concepción freudiana del tabú. Cuando la muerte especulable y súbita de Juan Pablo I yo me preguntaba si aquel hombre no habría sido una víctima, una más, del Tabú de Los Soberanos. El mismo tema me asaltó otra vez en cada uno de los atentados sufridos por su sucesor Juan Pablo II, y la misma idea vuelve a golpearme en estos días en que la cristiandad hispánica se desvive y conmociona con la inminente, y también especulable, visita del Soberano polaco.

   Es lo cierto que la gente siente a sus Soberanos como a hombres-dioses dotados de una omnipotencia mágica: ellos habitan en mansiones protegidas y lujosas, misteriosas y distantes, desde cuya alta e inabordable lejanía rigen los ocultos destinos del mundo. Se trata de personajes admirables que, por lo mismo, son a la vez, envidiados y temidos, objeto de los odios más viscerales y de los amores más ciegos y peligrosos. Víctimas, en fin, de su propio tabú, el Tabú de Los Soberanos.

   Nadie ignora a estas alturas que Los Soberanos suelen tener una ventana en vela que se apaga de madrugada (todos recordamos la de Pío XII o la famosa “lucecita” de "El Pardo"), y también sabemos que Los Soberanos se expresan a través de un complicado ritual de gestos adustos o risueños, con discursos y frases proverbiales, verdades y mentiras al cincuenta por ciento, verdades mentirosas y mentiras verdaderas…, todo un sinfín de símbolos, pistas y señales por donde el pueblo de la tierra se arrastra y rebusca con una curiosidad morbosa y jadeante.

    Yo recuerdo que, cuando el penúltimo Cónclave, hubo algún periodista que, con cierto humor volteriano, se atrevió a bromear con "las caprichosas veleidades de 'la fumata' , tan formal desde siempre" y que, "por primera vez en la historia del humo vaticano - comentaba José Luis Martín Descalzo -, vaciló con la fervorosa expectación de la cristiandad"; (a propósito, aún no sé si el lúdico ingenio periodístico de mi querido e inolvidable amigo José Luis habrá sido vengado por la irritación de los dioses). Y también recuerdo que alguna Revista titulaba la presentación de Juan Pablo I al mundo como "la figura de un inquietante desconocido", y la de Wojtyla, posteriormente, como la de "El Papa venido de lejos". Y es que todo parece indicar que el tabú de Los Soberanos funciona de forma que las hordas han de moverse a tientas entre los humos del símbolo, el cotilleo del rumor y el juego de la metáfora, siempre a distancia y desde abajo, apretadas en la aglomeración de las plazas, clavadas frente a las celosías misteriosas y solo hasta donde les permiten acercarse los  leales cancerberos del arcano.

   Tampoco desconocemos que el tabú de Los Soberanos es tan antiguo como la humanidad y que, desde siempre, los súbditos sintieron la necesidad de identificarse con sus jefes y sacerdotes supremos, de fusionarse con sus poderes mágicos que, en caso de indignación, les amenazaban con el castigo o la destrucción. De ahí que el pueblo se defienda a su vez de sus Soberanos, también de forma mágica, ofreciéndoles sacrificios y obsequios, reconocimientos y alabanzas con que mantenerlos propicios y aplacados, “encerrándolos” en palacios confortables, pero seguros y alejados, vistiéndolos con ropajes tan solemnes como paralizantes, hundiéndolos en tronos mullidos de los que cuesta levantarse, cercadas sus cabezas con pesadas y preciosas coronas, como anillos de apresar el pensamiento, y apenas permitiéndoles tocar el suelo con los pies. Es la guerra de los símbolos: todo un lenguaje pulcro y delicado, compuesto de eufemismos y vaselina, el único lenguaje permisible porque reúne las condiciones funcionales de ser tan culto como primitivo y tan infantil como mágico y alienado.

   Sin embargo , hay quien dice que no, que Juan Pablo II anda empeñado en pisar el suelo, besar la tierra y liberar evangélicamente el pensamiento. Y es que, efectivamente, él se nos aparece como un mago pícaro y virtuoso, al modo de un Escrivá supremo, bien fardado de chascarrillos y anécdotas animosas, capaces de acallar y entretener al más alborotado jardín de infantes. Nunca se sabe del todo. O acaso sea esta la dosis simbólica más adecuada a los nuevos tiempos…Pero, digo yo, que contra los guiños cariñosos y los flirteos familiares del pontífice, los artífices de la cosa tendrán que mantener firmes y tabúicas las respectivas categorías del servicio paternal y distante y de la obediencia disciplinada y filial. Por otra parte, ni el pueblo lo consentiría de otra forma si es que disfruta a modo poniendo a prueba el nivel infantil y piagetiano de su inteligencia simbólica.

   Es el caso que siempre pasa los mismo: cada vez que la historia, tan aburrida, estrena, recibe o despide soberanos y pastores supremos, se alborota el rebaño con una inquietud de temor esperanzado, o hasta feroz y paranoide a veces, proporcional a los miedos, carencias e inseguridades de las ovejas. He aquí el destino fatal de todos los rebaños: reunirse a la intemperie por las plazas del mundo, bien controlados y prietos, con el alma en un puño, colgados sus ojos de las tribunas, ventanas y palacios por donde se asoman y ocultan los padres de todos los poderes, justicias y virtudes. He aquí el balanceo monótono y pendular de la historia encadenada por El Tabú de Los Soberanos.