sábado, 21 de febrero de 2015

Retazos Psicobiográficos


    "La mente del hombre está enmarcada igual que el aliento / y la armonía de la música: existe una oscura / e invisible labor que reconcilia / elementos discordantes, / y los hace moverse / en una sociedad".  (William Wordsworth, Preludio.)

       Nací en Corteconcepción (Huelva) donde, el cuatro de abril de 1941, falleció nuestro padre a sus treinta y nueve años, de muerte natural: una "bronconeumonía" de las de entonces. A los siete años ya era yo  el hijo mayor de tres hermanos en una familia huérfana cuya madre, guardada por el recuerdo de "un hombre en el mejor sentido de la palabra, bueno", retornaba enlutada al antiguo refugio de sus orígenes salmantinos, en Fuenteliante. Pero arreglos urgentes de alivios familiares decidieron mi residencia en Baeza (Jaén) donde, durante casi tres años, fui el "niño bien" de unos parientes cuya cultura de época les permitía vivir de forma aceptable y acomodada: el "tito"Ángel, hermano de mi madre, y la "tita" Carmen, su esposa sevillana. En Baeza recibí las primeras clases de dibujo lineal, en la Escuela de Artes y Oficios, y mis primeros conocimientos de solfeo a cargo de un joven profesor de la Banda Municipal de la ciudad en la que, de sus dos salas de cine, la del "Teatro Liceo", vi películas de la producción Cifesa, entre otras, como las de ¡A mí La Legión!, La Hermana San Sulpicio Los Tambores de Fu Manchú, y donde atesoré muchas Revistas de El Ruedo junto a las series de tebeos de Flechas y Pelayos, Roberto Alcázar y Pedrín y El Guerrero del Antifaz. Pero mis tíos me obligaban además, en la sobremesa de cada noche, a leerles capítulos de El Quijote y me ocupaban a diario con largos ejercicios de caligrafía y dictado, porque también asistía a las clases del Instituto en que aprobé aquel "curso de ingreso"cuyo examen no toleraba más de tres faltas de ortografía. Hacía ya mucho tiempo que el Instituto de Baeza se alojaba en el magnífico edificio renacentista, con indicios barrocos, de la segunda mitad del XVI, (desde cuando, antes de ser suprimido como Universidad, en 1.824, Baeza era orgullosamente reconocida como "la Salamanca andaluza"), del que fuera profesor de francés D. Antonio Machado durante los siete largos años (1.912 - 19) de su melancólica estancia en "De la ciudad moruna / tras las murallas viejas, /...", y de la que también preconizara el poeta la ambivalencia de su indignada añoranza: "...¡Campos de Baeza, / soñaré contigo / cuando no te vea!".

    Tampoco yo me olvidaría de Baeza porque en ella despedí los últimos tres años de toda mi infancia andaluza ya que, al fin, la decisión sacrificada y valiente de nuestra madre, con su fervor por tenernos   cerca ("yo trabajo y vosotros estudiáis", -nos decía ella-), resolvió a mi favor el angustioso dilema del "estudias o trabajas". La incorporación a los paisajes bucólicos de nuestro hogar salmantino de Fuenteliante, facilitó la continuidad de mis inicios académicos de Baeza en el cercano colegio-internado del Seminario de Ciudad-Rodrigo: un ámbito novedoso, de confusas e intensas resonancias anímicas, y cuya acogida, muy paternal y compasiva, comprometía, aún más, los sentimientos de compunción y gratitud por todo cuanto pudiera yo merecer para creerme ya definitivamente librado de mis fundados temores al duro destino  de "las esclavitudes serviles". Porque, de allí en adelante, la administración virtuosa de las artes y destrezas en los ejercicios de la voluntad y el entendimiento (¡bellas resonancias de "la paideia" clásica!), predestinó la conformación progresiva de mi futuro en el privilegiado recinto de "las profesiones liberales"o, dicho con menos modestia, de "las artes racionales, nobles y doctas", como así gustaban los griegos de cualificar aquellos estudios, en contraste con las tareas más plebeyas del trabajo manual, tan despreciado por la civilización aristocrática.

   "En aquellas pequeñas ciudades, donde en corro / se acuclillan las viejas casas como una feria / que de pronto la ha notado a ella...(...) : / en aquellas pequeñas ciudades puedes ver / cómo habían crecido por encima de su entorno / las catedrales. Su alzarse pasaba / por encima de todo; (...) /...como si estuviera el destino, / que sin medida en ellas se amontona, / petrificado y destinado a durar, / no aquello que abajo, en las oscuras calles, / toma un nombre cualquiera del azar / (...) / Hubo nacimiento en estos cimientos / y hubo fuerza y empuje en este elevarse, / y amor por todas partes como vino y pan / y los pórticos estuvieron llenos de quejas de amor. / La vida vacilaba al tocar las horas, / y en las torres, que llenas de renuncia / de pronto dejaron de alzarse, estaba la muerte". ( Fragmentos del poema La Catedral, de Rainer Maria Rilke, en Nuevos Poemas, I; y también, del mismo autor, el de Dios en la Edad Media: ambos, vivencialmente complementarios).

 Pero, poco a poco, con el paso del tiempo entre andanzas y lecturas, fui reconociendo que Baeza y Ciudad-Rodrigo  no dejaban de ser dos ciudades de tantas, más o menos distantes y distintas aunque, eso sí, catedralicias y amuralladas: sus fastuosos anclajes históricos (que bien pudieran parecer novelescos) estaban protagonizados por las gestas memorables de ascendencias linajudas e hidalgas que, no exentas de oscuras leyendas sobre intrigantes pasiones e insidiosos enredos de ambiciones nobiliarias (violencias inocentes, amores odiosos...), aún perduran en los códices y legajos de sus respectivos archivos, en el silencio elocuente de sus blasones arquitectónicos y en los impíos descalabros de sus macizos castillos y arrogantes torreones.  Y es que

El Patio de la Antigua Universidad de Baeza
Baeza:
Antigüa Universidad
"Campos de Baeza ..."
Ciudad Rodrigo
Vistas desde "El Castillo"

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4 comentarios:

  1. Una historia desgraciadamente inconclusa. Querías convertir estas páginas en un legado para los tuyos, y como defensa de tu trabajo ante aquellos que retuercen el pasado, pero no nos dió tiempo a acabar de construirlo.
    Gracias por esos ratos que pasamos juntos, encerrados en tu despacho, intentando reconstruir tu memoria y recuperar tus trabajos. Quedas en mi memoria cómo un amigo. Hasta siempre Diego.

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    1. Fue un placer compartir esos ratos con tu padre. Ratos en los que se mezclaban el aprendizaje, el análisis del pasado presente y las confesiones en confianza. De alguna forma Diego saltó las barreras y pasó de alumno a amigo, por ello sentí el golpe de la noticia. Debéis estar orgullosos de él, él lo estaba de vosotros. Un abrazo.

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  2. Me surge una duda, estimado Álvaro: tu padre debió nacer hacia 1935, y comenzó su carrera en 1968, con más de treinta años: que sucedió hasta esa edad?

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